MATLATZINCA: LAS LUCIÉRNAGAS QUE EMBELLECER LOS ÁRBOLES - 68 voces
Hace algunos siglos atrás se asentó en lo que hoy se conoce como el Valle de Toluca en el Estado de México, un grupo étnico denominado por los nahuas como Matlatzincas cuyo etnómino en náhuatl significa “señores de la red” o “los que hacen redes” debido a que su población se asentó en áreas lacustres que les permitían practicar extensivamente la pesca.
Construyeron importantes centros políticos y ceremoniales como: Teotenango y Calixtlahuaca, integrando así el señorío que dominó el extenso territorio habitado por otomíes, mazahuas, ocuiltecas y nahuas, conocido como Valle de Matlatzinco. Su población se caracterizó por ser aguerrida y estar en continua batalla con los mexicas por el control estratégico de la zona.
Sin embargo, su ánimo bélico no fue una limitante para cultivar su espíritu y su sensibilidad asociada a la vida y la naturaleza, y es que, la tierra no fue ni es motivo de su resistencia y lucha, sino el derecho de poseer una cultura ancestral que los identifique y cohesione como grupo étnico diferenciado. La defensa activa de esta historia se expresa de diferentes formas en la vida cotidiana, en su manera de pensar, de vivir, de concebir el mundo y el universo, y en el tipo particular de relación que establecen con la naturaleza que los rodea, parte fundamental de su esencia y sentir.
Respecto de esta unión entre el hombre y la naturaleza, los matlatzincas mantienen un estrecho vínculo con la tierra y con la lluvia, base de su sustento diario, que tiene que ver con la enseñanza transmitida de generación en generación por sus ancestros. Esta fuerte relación con la entorno se manifiesta y forma parte de su vida diaria como una tradición de culto a la naturaleza.
Los animales al igual que los demás elementos naturales forman parte del entorno y dentro de su cosmovisión han sido envestidos de una gran cantidad de significados. Para la cultura matlatzinca los animales abarcan un simbolismo enraizado, puesto que sus ideas se relacionan con animales específicos vinculados con los fenómenos climáticos, ellos marcan la pauta que pronostica el tiempo meteorológico de los ciclos agrícolas; además de ser los dueños del entorno natural. Esta interacción con el medio ambiente situa la vida de la comunidad y del hombre en el plano individual.
La observación de la naturaleza estaba íntimamente ligada a los elementos de la religión y la magia, formando así una unidad con el individuo. Es así como las pequeñas luciérnagas para los matlatzincas se asocian a la temporada de lluvia, con el florecer y el renacer del ciclo de la vida, con las cosechas; con la felicidad, la dicha y la abundancia en el ser humano. Estos animales significan el agua, asociando su vuelo con la presencia de la lluvia, elemento vital para la preservación de la vida. Es así como la lluvia, a su vez, crea y fertiliza la tierra; es portadora de fuerza vital, es la matriz terrestre, el líquido fecundante que hace crecer las plantas, en especial el maíz, pues un maíz sin agua no dará el fruto de la vida.
La llegada e ida de las luciérnagas representa un ciclo de repetición constante que mantiene el equilibrio. Este ciclo manifiesta la visión del mundo que contempla las etapas que se repiten cada año con rituales asociados a la vida, a la muerte y a los ciclos agrícolas. Para los matlatzicas esto significa el ritmo de su colectividad, son momentos de regeneración de la vida social y de constricción de la vida comunitaria. Es aquí donde se renueva la pertenencia, se reconstruye la identidad, se reformula el imaginario, de forma cíclica repetitiva y colectiva.
Celebramos la diversidad cultural de México, con las magníficas animaciones del proyecto 68 Voces de quienes tomamos con su permiso y agradecemos la siguiente historia...
Referencias:
García Hernández, Alma. Matlatzincas. México: CDI: PNUD, 2004. Colección Pueblos indígenas del México contemporáneo. P. 31.
Juárez Becerril, Alicia María. Los animales temporal: un acercamiento al estudio de los animales en la cosmovisión indígena. México: UNAM – Instituto de Investigaciones Históricas, 2006. P. 26